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Sin música Altata no suena igual

sin música

Las notas musicales de “Los Chirrines” inundan el corazón de quienes los escuchan.

Hablar de Altata es hablar de un lugar mágico. No solo por la belleza del lugar, el aroma y la algarabía que se produce en el ir y venir de la gente.

Pensar en Altata es hacer una pausa del bullicio de la vida cotidiana y que llegue a tu mente esos característicos sonidos de las notas musicales que inundan el lugar. 

Y es que a veces en cada tramo de su malecón. En cada restaurante y en cada puesto, se puede encontrar a esos hombres en su mayoría adultos de la tercera edad, que con la esperanza a cuestas llevan cargando un tololoche, un acordeón, la guitarra y hasta las tarolas. 

Esos norteñitos que portando muy decorosamente su sombrero y esas botas vaqueras recién lustradas ofrecen su talento a cambio de 100 pesos la ronda de tres canciones.

 “¿Le tocamos su canción?”, es quizá la frase más utilizada por Juan Olivas, Enrique Galvez, Sergio López y Antonio Rubio. Quienes día a día buscan llevar alegría al corazón de quienes los escuchan. Cuatro hombres entrados en años y con la dignidad bien puesta que prefieren tocar sus viejos instrumentos que extender la mano a cambio de una caridad. 

Como ellos mismos señalan prefieren caminar bajo el sol hasta encontrar a sus clientes que tener un mal pensamiento y seguir el camino “fácil”. 

sin música

Con un dejo de alegría don Antonio dice que aprendió a tocar el acordeón de mano de su padre quien en su tiempo se dedicaba de manera profesional a la música allá en Mocorito. 

Antonio es el más reservado de los cuatro, pero cuando canta acompañado de sus amigos se olvida de las penas y las aflicciones que le ha tocado vivir, saca esa voz que guarda para agradar a quienes los escuchan. 

Enrique, Sergio y Juan aprendieron de manera empírica, no hubo nadie que les enseñara el arte de la música, pero las ganas de salir adelante les obligaron a elegir un instrumento que les daría de comer y completaría el recurso de la pensión. 

“Yo soy de Navolato, y vengo a Altata para tocar algunas canciones y poder llevar que comer a casa, porque nadie le da a uno. No necesitamos. Lo único es que hay que llevarle de comer a la mujer”, dice don Juan quien es interrumpido por Sergio al señalar que un día estaba con un grupo de amigos y uno de ellos empezó a rascar la guitarra y tuvo curiosidad por lo que se dijo así mismo que un día él también tocaría la guitarra. 

Y así fue. Sin imaginar que con el paso de los años esa guitarra se convertiría en su amiga inseparable y a su vez la razón de miles de sonrisas en las hermosas mujeres a quienes sus enamorados les dedican sus canciones. 

Enrique por su parte con un gesto muy sereno dice que los tiempos han cambiado y que las canciones que tocan ya no son las mismas de ayer, pero que el buen gusto permanece intacto. 

Con gran orgullo Enrique recuerda que hace algunos ayeres formaron el grupo de Los Alegres de la Presa y que tocaban y amenizaban todos los eventos, pero poco a poco dejaron de ser buscados y tuvieron que seguir su camino por separado. 

Enrique y Antonio siguieron el mismo camino que los llevó hasta el puerto de Altata en donde sus melodías consiguen ambientar la estadía de los visitantes. 

Ellos se sienten orgullosos de dar ese sonido peculiar al lugar, de ser parte de esos norteñitos que andan arrastrando sus instrumentos y brindan alegrías a quienes añoran un abrazo del alma. Enrique, Antonio, Sergio y Juan son esos músicos que van con paso lento, pero con un corazón dispuesto a alegrar a quienes los escuchan

Y es que sin música norteña Altata no suena igual. En el siguiente video te damos una ‘probadita’

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