
Rafael Hernández se ha dedicado a elaborar ladrillos desde la infancia.
Rafa nació con “el ladrillo en la mano”. Desde muy pequeño, su padre, José Hernández le enseñó el oficio. Ahora la obra de sus manos está en miles de hogares de Culiacán.
Cuando apenas tenía 9 años, Rafa le entró al trabajo. Su papá necesitaba ayuda para sacar la “chamba”. Mantener a 7 hijos no era sencillo, por lo que ocupaba un par de manos extra para cumplir con los pedidos.
Rafael recuerda que, durante su niñez vivía para el lado de la Loma de Rodriguera. Allá en donde están las ladrilleras. Justo, en donde su padre tenía el terreno del horno y todo el material para trabajar.
Cuando cumplió 13 años, quedó huérfano de madre y además de la fabricación de ladrillos junto con Don José, tenía la obligación de ver por sus seis hermanos menores. Asegura que se encargaba de alimentarlos y mandarlos a la escuela antes de ir a trabajar.
Aún siendo tan joven entendió el sentido de la responsabilidad. Sabía que si no ayudaba a trabajar a su padre no habría comida en la mesa de su hogar y si dejaba de colaborar con la asistencia de sus hermanos, los niños no la pasarían nada bien.
“De una me vino la responsabilidad. No nada más ayudaba a mi apá en la ladrillera, yo era como la mamá de mis hermanos. Y si no lo hacía yo, nadie lo haría, hasta que mi apá se trajo a una señora a la casa de visita y ya nunca se fue”, dice Rafael.
A pesar de aquellos recuerdos que le remueven las entrañas, la sonrisa le cambia el rostro, al señalar que este oficio le cambió la vida.
Trabajando conoció a Rosa, su mujer. Quien con el paso del tiempo también ha llegado a considerarse ladrillera. Las suyas, son las manos que ayudan a Rafa cada día.
“Aquí todos los días madrugamos mi esposa y yo. Nos vamos a la ladrillera y empezamos a producir. En veces hacemos hasta 300 ladrillos por día. Nos va bien, pero si es mucho trabajo”, señala.
Rafael y su esposa trabajan durante horas para elaborar los ladrillos. Mezclan tierra y agua para formar el barro uniforme que pasará a los moldes. Cada pieza se deja secar a la luz del sol. Cuando finalmente juntan 10 mil ladrillos, los meten al horno que tiene tres metros de profundidad, el cual deberá estar encendido por 24 horas.
Finalmente, los ladrillos están terminados y los comercializa por 2.80 pesos a las personas que quieran realizar alguna construcción.
Así con las manos llenas de callos, pero con la satisfacción de ser un hombre responsable, Rafael es el ladrillero de la Lázaro Cárdenas. Su obra diaria está en las paredes de cientos de hogares del sur de Culiacán. Con el barro construye sueños.